
Camino hacia el Teatro, nunca he entrado a éste en particular. Se ve muy avejentado, aunque se reconoce cierta antigua gloria en su construcción, su pompa y elegancia de las líneas. Compartía dicha característica con la mayoría de los asistentes que esperaban en las afueras.
Miro el reloj, faltan aún quince minutos para el inicio de la función. Tomo el tiempo para recorrer el Teatro y conocerlo, por regla general estos templos culturales despiertan en mí una gran curiosidad.
El misterio inherente al lugar me ha hecho ignorar por completo el programa del que seré espectador en escasos minutos, lo busco en mis bolsillos y al fin doy con un papel arrugado en el que se señala con lujo de detalles el currículum de cada miembro del conjunto instrumental, así como las clásicas reseñas biográficas de los compositores y obviamente alguna nota sobre las piezas a interpretar.
Me dirijo a mi asiento. Dada la poca convocatoria que el cuarteto despierta puedo sentarme donde me plazca. Debo tomar en consideración ciertas variables importantísimas que he ido conociendo con la experiencia en este tipo de espectáculos: Primero- Dados mis innumerables miedos y que el espectáculo debe ser apreciado de buena forma para mantener una calidad crítica, no puedo ubicarme en la zona donde se emplaza la luminaria. Me conozco y si me siento bajo ella estaré nervioso durante toda la presentación ante una inminente, poco probable y ridícula posibilidad de que haya un movimiento telúrico.
Segundo- Mis intereses están en las voces bajas del cuarteto, por lo que debo situarme en el sector de mi derecha, a pesar de que no conozco el comportamiento acústico del lugar. De cualquier manera así puedo apreciar de mejor forma la técnica del violista de cerca.
Tercero- Para estar más cómodo y comfortable debo disponer del espacio mínimo necesario que siempre busco, para ello no me sentaré en ningún lugar inmediatamente próximo a ningún ser humano.
Por fin, me siento. Creo que la idea de salir de mi rutina sigue siendo parte de un plan forzado. Aunque compré entradas para un concierto en un Teatro que no conocía y para oír un programa totalmente desconocido sigo pauteando todo y siguiendo mis tradiciones y rituales clásicos, sigo haciendo las cosas a la usanza de siempre.
Estoy pensando en mis miedos y angustias cuando hace su arribo en escena el cuarteto italiano tan esperado. El aplauso sonoro no se hace esperar. Se ubican en sus asientos mientras una voz de ultratumba recuerda a los asistentes apagar sus celulares.
Silencio total en la sala.
Afinar, mirarse a los ojos y se hágase la música…
Mozart, siempre fresco, gracioso y la vez misterioso. La pieza me resulta muy familiar y le tengo mucho cariño ya que yo también la he tocado.
Hermoso diálogo entre ambos violines, el juego de palabras entre frases y la unión a la conversación del cello y la viola. Spiccatos perfectos, que ataques más pulcros. Acordes aterciopelados y cálidos que llenan la atmósfera y me elevan a un mundo exquisito. Interrumpe mi trance algo, una sombra a mi espalda que se ubica en un asiento cercano. Con las luces apagadas en la sala no logro distinguir nada, pero se mueve lentamente y con gran sigilo, su objetivo es obviamenteno hacer ruido.
Intento volver a concentrarme en la música. Ha terminado el tercer movimiento del cuarteto, no falta quien aplaude en esta pausa y aunque es protocolarmente indebido me sumo a los aplausos de manera intencionada.
Violines y viola atacan con gran fuerza el Presto, el cello se une unos compases más allá y se percibe que los interpretes sienten la música de manera profunda, hay mucho fiato entre ellos.
Es fácil transportarse a un Edén mental con una interpretación así, la melodía me rodea y me absorbe, se queda con mi alma. Siento que alguien toca mi cuello, doy vuelta para mirar, pero me encuentro con la silueta de alguien que parece profundamente conectada con la música. Vuelvo a mí postura original con cierto pudor, pues pude haber distraído a la persona a la que, de partida, miré con cara de exigencia de explicaciones.
La siguiente pieza es una composición de un músico italiano promesa en Europa, quien en lo personal me resulta desconocido. El adagio, escueto título que recibe en el programa, despierta mi atención. La voz principal es llevada por la viola, y el violín primero. A diferencia de las piezas que he oído hay una disociación de los componentes musicales, la que parece casual. Se puede notar tanto en lo rítmico como en lo armónico, a pesar de ello la combinación es muy bella, de gran dinamismo.
Nuevamente siento algún raro contacto a mis espaldas, doy la vuelta y me encuentro con que la persona que se ubicaba a la izquierda tras de mí ya ni siquiera está. Cuando vuelvo a ponerme de frente al cuarteto me doy cuenta de que tengo a alguien a mi derecha. Tiene algo como una esquela en su mano, toma la mía y la pone en ella.
No entiendo nada, se pone de pie y se retira. Cuando vuelvo en mí, escucho a los demás espectadores aplaudir y la voz de ultratumba señalar que habrá un receso de quince minutos. Se encienden las luces, estoy con una nota en mi mano de alguien a quien no conozco. Prefiero quedarme en mi asiento sin permitirme leer el papel. ¿Qué tal si se trata de alguna broma? Yo no caeré tan fácil, además si es algo importante la persona volverá. Ni siquiera ví su cara en la oscuridad.
Además tengo la costumbre de una vez empezado un libro siempre terminarlo, una vez vistas las primeras escenas de una película verla por completo, lo mismo cabe para un concierto y por ello no leeré nada que pueda hacerme tener que elegir entre permanecer sentado allí o salir de mi cómodo lugar.
No, no lo haré. Nada, nada en el mundo me hará romper mi costumbre. Tampoco suelo tomar decisiones en base a lo que dicen los demás, de no estar en mi agenda no se hace, para que no haya interferencias, para saber cuanto debo demorar en realizar una tarea, para disminuir los tiempos a invertir en llegar a casa u otros lugares.
Comienza la segunda parte del concierto. La trágica melodía interpretada por el cello me recuerda ciertas cosas, ¿Realmente elegí mi soltería?, ¿No será que la falta de contacto con otras personas me ha llevado a ser tan drástico con los horarios?, ¿Estaré demasiado encerrado en mí mismo?
Busco algún halo de luz, no he logrado impregnarme de la música. Trato de leer el papel en la oscuridad para por fin salir de dudas, quizá no es nada trascendente, pero quiero saberlo ahora.
Estoy en eso cuando una mano se posa en mi rostro, es ella, ha vuelto. Su perfume es exquisito, su piel es suave como una nube de algodón.
No sé que cara pongo, pero me responde con una sonrisa. Lo siento Señor Odone, Sodone, o como quiera que en el programa diga, su cuarteto no me place en este momento, tampoco su manejo de la Fuga.
Su cuarteto puedo escucharlo cuando quiera, salirme de planes pocas veces en la vida.